Cómo conocer la voluntad de Dios

Conocer el futuro y lo que deviene en el corto, mediano o largo plazo es una condición humana, natural e intrínseca de su ser.


En nuestros días podemos encontrar fácilmente a infinidad de personas que se apoyan en toda clase de predictores, llámense astrólogos, leedores de cartas o de las palmas de las manos, brujos, chamanes, o cualquier otro oficio que tenga como fin, conocer el futuro.

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Por otro lado, también las empresas sufren de esta condición. 

Para anticiparse y conocer el futuro y tomar las mejores decisiones se apoyan en algunas herramientas como proyecciones de tipo económico, en expertos de tendencias, en el neuro marketing o el big data.

Es decir, el ser humano continúa teniendo esa necesidad de conocer el futuro, por donde sea que se le vea, 

Pero ¿cuál es la condición del ser humano que lo empuja a conocer el futuro? No hay duda que es el temor.

Para los seres humanos, basta con conocer los fracasos algunas personas en sus relaciones personales, laborales o familiares y para las empresas, también abundan aquellos casos de estudio que muestran las decisiones que han tomado algunas empresas, perdiendo millones de dólares, donde el futuro se veía promisorio y que hoy son solo ejemplos de cómo no hacer las cosas.

Ahora bien, ¿qué de diferente hay con aquellos que hemos puesto nuestra confianza en Dios y su palabra?

Como usted sabe, en las reuniones de creyentes han existido, existen y existirán los cursos para conocer la voluntad de Dios y abundan una serie de recetas o procesos, paso a paso, para conocer la voluntad de Dios.

Entonces me pregunto: ¿Conocer la voluntad de Dios, finalmente, no es lo mismo que querer conocer el futuro?, por otro lado, ¿Qué pasa con el temor, puramente humano, cuando ya se conoce lo que sucederá en el futuro?

Como creyentes, ¿no estaremos cayendo en lo mismo que hacen los no creyentes para minimizar su temor?

A veces, me parece que no hay diferencia entre ambos grupos. 

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Pero, ¿existe alguna cura para esta enfermedad 100% humana?, – ¡claro! –, dirá usted, – es la fe –.

Totalmente de acuerdo, pero, ¿la fe en qué?, observe, por favor, que no escribí “en quién”, porque estamos de acuerdo en que la fe la ponemos en Dios o en su defecto, Jesús, nuestro Señor y Salvador.

Pero volvamos al “que”.

¿Es, entonces, la fe, aquello que ponemos en un “que” que ya existió o un “que” que no ha existido jamás?

Reflexionado un poco al respecto, creo que en estos tiempos nuestra fe está puesta en un “qué” preexistente. Es decir, si ya existió y Dios fue el hacedor o quién finalmente suplió la necesidad a alguna angustia presentada por alguien, es un qué concretado.

Veamos lo anterior dentro de este contexto:

1. Abraham tuvo un hijo en su vejez, su esposa, Sara, era estéril y usted sabe el final de la historia.

2. Isaac, hijo de Abraham, también tuvo este problema con su esposa Rebeca. ¿Cuál problema?, su esposa también era estéril.

Isaac rogó al Señor a favor de su esposa, porque ella no podía tener hijos. El Señor contestó la oración de Isaac, y Rebeca quedó embarazada de mellizos.

Génesis 25:21

3. Por su lado, Jacob también tuvo ese mismo problema con su amada esposa Raquel.

(…) pero Raquel no podía concebir.

Génesis 29:31b 

Después de leer estas tres experiencias, ¿Cuáles de las tres historias tuvo que enfrentar sus problemas con un “que” preexistente y cuáles no?

Y como preexistente, también podemos adicionar las historias de Ana, esposa de Elcana (1 Samuel 1) y la de Elisabet, esposa de Zacarías (Lucas 1:5-7).

También, como no preexistente podemos adicionar el embarazo de María, la madre de Jesús.

Por otro lado, existe infinidad de relatos en donde Dios llevó a cabo obras portentosas, abrir un mar, hacer caer alimento, detener el flujo de agua de un rio, detener el tiempo, adicionar años de vida, no permitir que algunas personas se quemaran dentro de un horno en llamas, quitarle el hambre a leones para que no se comiesen a seres humanos, revertir cegueras de nacimiento, detener flujos sanguíneos, sanar la piel de enfermedades, hacer que algunas personas sordas de nacimiento escucharan por primera vez, alimentar a miles con tan solo unos pocos recursos, ordenar a la tormenta que se calme, hacer que alguna persona caminase en el agua, hasta resucitar a alguien que ya tenía varios días de muerto.

Estimado amigo, creo que a estas alturas usted habrá reflexionado sobre esto y, claro, tendrá la oportunidad de re leerlo, si así lo considera.

¿En qué se debe fundamentar nuestra fe? En hechos preexistentes, es decir, hechos que ya fueron en el pasado.

¿Cuál es la probabilidad que la solución a problemas presentes obtengan una feliz solución, un final feliz? Creo que usted tiene la respuesta a esta interrogante.

Entonces, ¿en dónde queda el temor al futuro? 

¿No es por esto mismo que en toda la biblia encontramos el pedido a no tener miedo? 

.Si ya sucedió en el pasado, ¿por qué no puede suceder ahora?

¿Cuál es la antítesis del temor? la fe.

Visto de esta manera, ¿es más fácil tener fe?, ¿es más fácil conocer la voluntad de Dios?

Entonces, de ahora en adelante, fundamente sus oraciones en lo que ha sucedido en el pasado, ¿si ya sucedió, por qué no puede suceder otra vez? Y, si vale el término, recuérdele a Dios lo que ya hizo, para que lo repita en usted.

Todo sea para la Gloria de Dios y en nuestro Señor Jesucristo.



Para terminar, es probable que haya llegado hasta este punto y no encuentra mucha explicación al respecto.

Entonces, la probabilidad de que Dios lo haya guiado hasta aquí es sumamente alta.

También es probable que usted necesite conocer más de Dios, para lo que, le recomiendo iniciar una relación con El y lo puede hacer repitiendo esta oración en voz alta:

Señor Jesús, deseo iniciar una relación más íntima contigo, te pido que perdones mis pecados y que seas mi Señor y Salvador y que adiciones un propósito a mi vida. Amén

Por último, lea estos versículos de la biblia:

1. (…) pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios. Juan 1:12

2. Pues es por creer en tu corazón que eres declarado justo a los ojos de Dios y es por declarar abiertamente tu fe que eres salvo. Romanos 10:10

3. (…) mi propósito es darles una vida plena y abundante. Juan 10:10

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